Llevamos muchos años soñando y reflexionando sobre hacia donde se dirige la educación o, más bien, hacia dónde debería encaminarse para dar respuesta a las exigentes demandas sociales y culturales que trae consigo el siglo XXI, del que ya hemos recorrido prácticamente su primer cuarto.
Hemos pensado sobre las franjas horarias, las asignaturas, el rol del docente, el sistema de evaluación, la metodología expositiva y las metodologías activas, hemos leído y escrito sobre la función docente y sobre los paradigmas educativos antiguos y emergentes…
Pero lo que nunca podríamos haber imaginado ni habríamos podido anticipar es que se abriría un debate público sobre el propósito mismo del sistema educativo. En mi ingenuidad llegué a dar por sentado que la finalidad de la educación era algo que, fuera cual fuese el planteamiento pedagógico de uno, estaba claro para todos: complementar la educación de los alumnos de forma subsidiaria a las familias preparándoles para ejercer una ciudadanía activa. Llámenme romántico…
Jamás habría imaginado que se llegaría a discutir seriamente (más allá de los comentarios de bar, jocosos o directamente malintencionados), que la función principal del colegio es la de hacer de babysitters (con todos mis respetos) de unos niños cuyos padres y madres no pueden hacerse cargo de sus hijos por su horario laboral. Y planteamos que la solución al problema pasa por abrir los colegios en el mismo horario que los centros comerciales (el siguiente debate será abrir los festivos, y si no, tiempo al tiempo). Un APARCAMIENTO PARA NIÑOS mientras los padres se realizan o aumentan su patrimonio. Y para ello nos cargamos la “conciliación” de los docentes y su tiempo de programación y trabajo colegiado de preparación de clases, que más da, suficientes vacaciones tienen ya.
Dicen CONCILIAR, cuando quieren decir APARCAR.
Vivimos en una sociedad excéntrica que ha olvidado el valor de la vida en familia, núcleo vital de una civilización, y se lanza a proyectar carreras personales desatendiendo la educación de los hijos (que lo haga el colegio).
Voy a decir una barbaridad; la clave no está en convertir los colegios en guarderías 24 horas sino en racionalizar un horario laboral y de vida social como el español que conduce a niños desatendidos o aparcados, pocas horas de sueño y descansos al mediodía extremadamente largos.
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