La serendipia es un concepto relativamente reciente o, al menos, recientemente aceptado para su uso en el castellano. Proviene del inglés “serendipity” y significa un “hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual”.
En esta sencilla definición se recoge todo lo que, a mi parecer, debería formar parte nuclear de la realidad de nuestras aulas.
En primer lugar, el concepto de HALLAZGO. Lejos de la rutina y el tedio, la escuela, como la vida, debería estar llena de sorpresas, de ilusionante novedad, de giros inesperados que nos desinstalan y hacer salir de nuestra zona de confort. Aprender es descubrir, descorrer una cortina que hasta ese momento cubría una parte desconocida de la realidad.
Aprender es transitar sendas inexploradas o incluso aquellas que habiendo sido ya trazadas, fueron recorridas por pies distintos a los nuestros.
Aprender es encontrar y ese encuentro se da en un marco de respeto y admiración mutua entre maestro y alumno. Así pues, enseñar supone orientar a nuestros alumnos hacia la búsqueda y el encuentro. Pero, para tener interés y deseo de hallar algo, es absolutamente necesario considerar que ese algo es importante y aquí es donde entra en juego el segundo concepto de la serendipia.
El segundo término es VALIOSO. El conocimiento tiene un valor intrínseco que en muchas ocasiones no se considera lo suficiente. Podría entenderse que es algo generacional “los jóvenes de hoy no valoran el saber” pero yo sostengo que es, más bien, una cuestión sociológica “la sobreabundancia de información desprestigia el conocimiento“.
Por ello, la educación debe devolver al aprendizaje el valor que nunca ha perdido y dirigir las conciencias de los alumnos hacia los principios platónicos de verdad, bondad y belleza.
El saber, el saber hacer y el ser tienen valor en sí mismos, son realidades valiosas no sólo por su utilidad, sino porque importan. No es lo mismo saber que desconocer, que hablar de oídas, como no es lo mismo saber hacer que dejarse llevar en todo momento por la intuición y la impulsividad.
Y en tercer lugar, que todo esto se produzca de forma aparentemente CASUAL. El alumno que sueña y se ilusiona, que se emociona con una experiencia de aprendizaje que le hace salir de lo anodino y por el camino aprende, sin apenas darse cuenta. El alumno que ve cumplidas sus expectativas de que en el aula ocurra algo nuevo, distinto, y con la sorpresa incorpora en su mochila nuevos conocimientos que permanecerán con él para siempre. Enseñar es hacer que todo esto ocurra.
Enseñar es despertar en el alumno el deseo de aprender.
Así pues, junto a todos aquellos apasionados compañeros de profesión, con todos los que aman lo que hacen y roban horas al reloj para que cada jornada sea única e irrepetible, manifiesto los principios de la serendipia educativa. Por más encuentros inesperados, más sorpresas, más emoción, más sendas de aprendizaje inexploradas. Por más hallazgos valiosos que se produzcan de manera casual. Por más serendipia en nuestras aulas.
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