Aceptar la ruta de aprendizaje que ofrece el constructivismo, tiene unas consecuencias directas en la antropología humana y en la pedagogía:
- Si no podemos saber nada que todavía no se nos haya ocurrido..., ¿cuántas cosas quedarán todavía por SABER? Se hace más notoria que nunca la máxima de que “solo sé que no sé nada” y, por tanto, nos aporta una posición de humildad con respecto al conocimiento. Que nuestros alumnos alcancen este grado de humildad y ansia por saber debería bastarnos para retirarnos orgullosa y merecidamente.
- Cuando pienso en algo, en realidad lo estoy creando en base a mis experiencias, mis conocimientos, mis construcciones previas, así pues, a medida que el andamiaje es mayor puedo construir pensamientos más altos y elevados y puedo estar más cerca de conocer la verdad. Esto tira por tierra el utilitarismo reduccionista en el que vive nuestra sociedad: de “estudio esto o aquello porque me servirá en el mundo laboral” pasaríamos a “quiero saber más porque ello me dará un conocimiento más elevado de la realidad, ampliará mis horizontes cognitivos y me capacitará para nuevos aprendizajes”. Esta visión del conocimiento sublima al ser humano y con él a la sociedad.
- Nuestra labor como docentes debe ser, por tanto, la de mostrar a nuestros alumnos los indicios y premisas que conducen a la verdad, enseñar el valor intrínseco de las cosas para conducirles hacia el deseo del saber. Y no hay mejor indicio para propiciar la construcción del conocimiento que las preguntas, el cuestionamiento, la duda.
- Si existen verdades cognoscibles que ni imaginamos cualquier aprendizaje aparece como un descubrimiento gratuito, como un regalo de algo que hasta entonces no existía ni podíamos intuir su existencia. Lo vemos de forma flagrante al introducir determinado saber en los primeros años de educación; el asombro por una realidad que hasta entonces era impensable. Nuestro objetivo sería, por tanto, mantener esta capacidad de sorpresa de por vida.
- Si el individuo construye el aprendizaje, esto hecha por tierra el determinismo. Un niño no nace y muere con una inteligencia estática y fija sino que ésta puede evolucionar con un entrenamiento adecuado, lo que abre una puerta de esperanza a docentes, padres y alumnos.
El aprendizaje deja de ser un acontecimiento puramente intelectual (cognitivismo) e incorpora aspectos sociales, emocionales y motivacionales.
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