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¿Importan verdaderamente las notas?

El mazapán, el discurso del rey, la lotería y las notas del primer trimestre son los imprescindibles de la Navidad. El Hijo de Dios se hizo hombre hace 2023 años en estas fechas anticipándose a nuestro sistema educativo para que los padres tuvieran una excusa con la que coaccionar a sus hijos: ¡si tienes malas notas, los Reyes te traerán carbón!


Esta caricatura puede ayudarnos a contextualizar la terrible realidad que se ha ido configurando en nuestro contexto sociocultural entorno a la educación y, más concretamente, sobre el sentido de la evaluación.


Siglos de un enfoque conductista como base de un sistema mecanicista de enseñanza que ha convertido nuestras aulas en perfectos laboratorios "pavlovianos". Cuesta imaginar a maestros de la cuna de la historia calculando medias aritméticas o redondeando decimales al alza para calificar a sus alumnos.


Hemos pervertido la EVALUACIÓN y ello terminará por colapsar todo el sistema.

La administración, los equipos directivos, los docentes, pero, sobre todo, los alumnos y sus familias ponen toda la atención y dedicación a medir, pesar y sopesar números enteros y sus decimales mientras desatienden el objeto propio de la evaluación que es el proceso de aprendizaje y los objetivos marcados para dicho proceso.


Para que un alumno comprenda qué ha hecho bien o mal o en qué medida, para que entienda qué debe hacer distinto la siguiente ocasión o en qué aspectos debe enfocar su trabajo para mejorar su aprendizaje no necesita una calificación en base diez sino un feedback de desarrollo eficaz.


Puede parecer paradójico, pero, las calificaciones numéricas tienen, en el mejor de los casos, un impacto neutro sobre el proceso de aprendizaje y el efecto sobre el desarrollo del pensamiento, la autopercepción, la metacognición y la mentalidad de crecimiento es, del todo, negativo (como atestiguan las decenas de investigaciones que pueden consultarse al respecto). Basta para ello una búsqueda simple en cualquier base de datos.


Los colegios, instituos y universidades se han terminado por convertir en dispensadores eficaces y metódicos de mediciones discutiblemente objetivas en lugar de en cuna del conocimiento y el desarrollo humano.


Terminamos el primer cuarto del siglo XXI y este debate todavía no ha sido elevado a la palestra pública, mediática y académica en función de su extrema gravedad e imperiosa necesidad.


Es tiempo de plantarse y plantearse muchas cosas que damos por válidas en nuestra cultura educativa.


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