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No se trata de la manera de enseñar sino del modo de aprender

Cuántos debates, cuántas discusiones, cuánta tinta se ha vertido sobre la mejor forma de enseñar. El debate sobre la educación es tan antiguo como el propio acto de educar, pero en las últimas décadas esta discusión se ha recrudecido al incluirse el falso dilema entre la vieja y la nueva educación.


El constructivismo y el aprendizaje significativo, así como el aprendizaje cooperativo, están lejos de ser una moda del siglo XXI y anclan sus orígenes siglos atrás. Por su parte, la dialéctica y la implicación intelectual, así como el dominio del conocimiento por parte del aprendiz, hunden sus raíces en los inicios mismos de la enseñanza.


Muy al contrario, el aprendizaje mecanicista, basado en la memorización y repetición de la información, tiene su origen en la masificación y democratización de los sistemas educativos modernos y esto si es un hecho relativamente moderno si tenemos en cuenta toda la historia de la educación.


No es, por tanto, un debate entre vieja y nueva educación. No se trata de confrontar entre profesores innovadores y tradicionales. No es una cuestión de diversión o deber, ni siquiera se trata de una cuestión metodológica.


Lo que está en juego, a pesar de no ocupar los titulares de los medios de comunicación, ni siquiera de las revistas de divulgación educativa, es la capacidad transformadora y dignificante de la educación.


Los posturetas de la educación hablan de inclusión, la solidaridad, la motivación con la misma frugalidad que una influencer habla de las bondades de productos de belleza. Mientras, en el lado contrario del rin, nos encontramos con los cascarrabias - muchos de ellos jóvenes millenials, incluso recién egresados de la universidad - que son miopes incapaces de ver más allá del libro de texto


Me preocupa enormemente los derroteros que el sistema educativo ha tomado en las últimas décadas, me preocupan los "Mister Wonderful" de la educación, me preocupan los viejos y jóvenes carcamales pedagógicos, me preocupa el infructuoso debate entre vieja y nueva educación, pero, sobre todo, me preocupan los alumnos. Pues más allá de modas (todo lo nuevo es bueno) o imperativos históricos (esto siempre se ha hecho así) la labor docente solo será efectiva si reflexionamos en primer lugar sobre el modo que tienen los alumnos de aprender.


Y lo más sangrante de todo es que, a pesar de los pesar, no solo el aprendizaje mecanicista se lanza al ruedo sin tener en cuenta al educando, algunas de las tendencias actuales también tienen esta carencia en su mismo ADN: la sobreestimulación, la gamificación "a lo loco", "flippear" las clases sin estructura, reflexión ni organización que valga, la inclusión TIC sin tener en cuenta el modelo SAMR, los "edugramers" más pendientes del selfie que de mirar a los ojos a sus alumnos... de esto último, acorde a los tiempos que vivimos, cada vez hay más.


Hay veces en que me descubro entre dos bloques monolíticos incapaces de ver sus propias vergüenzas y, allí en medio, me desgañito inútilmente buscando algún docente con quien discutir sobre la esencia del proceso educativo, los alumnos. Porque no todo vale. Toda motivación que tiene su origen fuera de la voluntad de la persona, está condenado a fracasar en el medio plazo.


El asombro, la admiración, la duda, la disonancia cognitiva, la inspiración, la ilusión, el inconformismo, ... Éstas son las verdaderas fuentes del conocimiento.


Lo que está en juego, a pesar de no ocupar los titulares de los medios de comunicación, ni siquiera de las revistas de divulgación educativa, es la capacidad transformadora y dignificante de la educación.

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